Contaremos aquí una suerte de historia, si se quiere; una historia que es la de dos personas que se caen, que caídas se encuentran y que, en ese encontrarse, juntas se levantan. No se trata, así, de hacer aportes del tipo académico al análisis de "qué es la adolescencia" y de como, en ella, el noviazgo ocupa un lugar realmente clave. De manera distinta, queremos, acaso, rendir una suerte de homenaje a ese primer encuentro amoroso, que abre por primera vez las puertas de una identidad propia en la que la pregunta esencial de la vida: "¿Quién soy yo?" pasa a responderse no solo con la respuesta "yo soy lo que yo digo que soy".
¿Y qué es, en esta historia, aquello que constituye "el caerse" del que hablábamos al principio? Pues bien, la respuesta es esta: Caerse es darse cuenta de que en la vida no basta con ser los hijos de nuestros padres. O, también: Que siendo los hijos de nuestros padres accedemos a la vida pero eso -haber entrado en la vida- no significa un efectivo "vivir la vida". Y así, este darse cuenta de que no somos solo los hijos de nuestros padres, es un verdadero caer; caer de la protección, caer de la seguridad, caer del hogar de origen, caer de la identidad inicial. Hablamos aquí, ni más ni menos, que de lo esencial de la adolescencia. Porque dinos, lector: ¿de qué crees tú que adolece el adolescente? Sí: adolece de una identidad propia, al darse cuenta de que ser el hijo de sus padres no le servirá para vivir toda su vida.
Y esta tierra sería el mismísimo infierno -como muchas veces puede, efectivamente, llegar a serlo- si después de esa tremenda caída no hubiera alguna posibilidad, no de levantarse -cosa que al principio resulta acaso imposible-, sino de encontrarse con otros "igual de caídos que yo". Porque, en verdad, la idea de poder levantarse solo no es capaz de mover un solo pelo a nadie y, si fuera por el caído "solo", lo cierto es que no se levantaría jamás.
Busca así, entonces, el caído a otros que le sean iguales, y lo más maravilloso de todo es que los encuentra. Los encuentra, decimos; pero los encuentra solo cuando se da cuenta de que él/ella mismo/a se ha caído. Porque dinos, lector: ¿Qué posibilidades tienen de encontrarse una nube y un pez? ¿Te parece rara esta pregunta? Está bien: lo es y, solo por ello, preferimos dejarte a ti la respuesta.
Puntos importantes
Pero el problema no se termina al encontrar que "hay otros caídos, igual que yo", y no se termina por el simpe hecho de que esos "otros caídos" son muchos. Son tantos que acaso sean todos. ¿Y qué hacer entonces aquí, en este lugar en el que todos nos caímos? ¿A quién me acerco, con quién hablo, a quién de todos estos "caídos como yo" elijo para tratar de dar comienzo a una relación de caídos que, juntos, quizás, podríamos terminar por levantarnos?
Es una suerte que esta pregunta no haya que responderla con palabras. Esta pregunta es tan buena que se responde de manera natural. ¿Cómo? Pues bien: con el deseo. Porque "a Pedro le gusta Sofía" -dicen en los colegios-, y a Sofía, ¿le gusta Pedro? Veamos: Incluso aunque a Sofía no le gustara Pedro, lo bueno es que la pregunta de Pedro es también la de Sofía, de modo que a Sofía, aunque no le guste Pedro, hay alguien que sí le gusta. Y lo mejor de reconocerse como parte de un mundo de perdidos es que, en él, todos estamos buscando. Así, digámosle a Pedro: "Que triste, hermano, que esa chica que tanto te gusta no guste a la par de ti". Y no le digamos mucho más, a ver si todavía lo alejamos de su fértil tristeza. ¿Qué? ¿Piensas que no tratar de sacarle la tristeza a alguien está mal? Pero dinos, ¿por qué dedicarse a sacar algo que, si se vive, termina por irse solo? No vaya a ser que tratando de sacar la tristeza terminemos haciendo que se quede. Y lo malo de la tristeza que se queda es que deja de ser tristeza para transformarse en… algo peor.
Pero, ¿qué ocurre si a Sofía también le gusta Pedro? Pues bien, la respuesta a esa pregunta tampoco se responde muy bien con palabras. Lo que sí puede decirse es que allí donde se encuentran Pedro y Sofía ambos tienen la posibilidad, no solo de levantarse de su caída sino, mucho mejor aún, de levantarse aún más alto de lo que habían estado nunca antes en sus vidas. Porque la caída fue la de una niña, por un lado, y la de un niño, por el otro, mientras que este "levantarse juntos en el amoroso gustarse" puede ser "el levantarse de un hombre que, amando a una mujer, llegará más alto que el niño", y "el levantarse de una mujer que, amando a un hombre, llegará más alto una niña".