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La pregunta es precisa, sin vueltas ni trampas. Evitaremos, entonces, caer en frases gastadas, en juegos de palabras vacios. Pero, como suponemos se entenderá, no nos encontramos aquí ante una pregunta simple, que pueda ser contestada de una vez y para siempre, señalando una única respuesta.
Por ello, proponemos a continuación una variedad de respuestas que permitirán reconocer, no solo la diversidad del interrogante, sino su riqueza indeterminada y profunda. Vayamos por orden: El romance es la puesta en relación de una identidad romántica.
La palabra "romántico" está asociada, en primera instancia, a una mirada estética, nacida desde la experiencia que el sujeto tiene de la belleza. Se habla, así, históricamente, de obras románticas; un cuadro, una novela, una película, un poema. Ahora bien: ¿Qué es, entonces, lo que caracteriza al romántico? Pues bien, se trata, antes que nada, de una experiencia posible, en la que la persona descubre -esta palabra: "descubre, es esencial- la belleza manifiesta en el mundo; una belleza desnuda, natural, no maquillada por los sortilegios de la cultura dominante. Y es entonces, a partir de este descubrimiento de la belleza, que el romántico se dispone a entrar en relación con ella, a darse a sí mismo a ella, para que no ocurra lo peor, lo más solitario y sufriente: que la belleza se quede allí, como algo que se puede ver pero no tocar, como una escena separada de quien la percibe.
El romance es una idealización.
Como si se tratara de ver que otro tiene aquello que a nosotros nos falta y necesitamos. Aquí, por lo tanto, la respuesta a esa pregunta ¿qué es el romance? viene a encontrarse en la propia persona; una persona que se siente falta de "algo", una persona que está esperando ver en el mundo algo que ella misma cree no tener, una persona que termina por ver en alguien del mundo aquello de lo que ella, en sí misma, carece. Hablamos, así, de lo que en términos técnicos se denomina "una proyección" y de lo que, en términos no tan técnicos, se denomina "enamoramiento". O sea: ver encarnado en un otro todo aquello que constituye nuestro ideal de persona; ver en ella, o en él, no lo que ella o el realmente son, sino aquello que nosotros necesitamos. Y así -siendo este el punto de partida de casi la totalidad de las relaciones románticas modernas-, la relación con ese otro idealizado comienza como si se hubiera entrado a vivir en un sueño, sueño que, como la experiencia demuestra, no logra sostenerse en el tiempo. |
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Otras respuestas
El romance es darse cuenta de que no necesitamos a nadie.
Pero existe la posibilidad de que el romance trascienda los límites señalados en el párrafo de arriba. Así, cuando ese enamoramiento inicial -digno de creerse viviendo en una película antes que en la realidad del mundo- se desmorona, y aparece ante nuestros ojos no ya nuestra propia idealización sino, de manera muy distinta, esa persona con la que compartimos nuestra vida, cabe entonces la posibilidad de entender -no sin una cierta cuota de dificultad- que si bien la relación romántica pudo haber comenzado bajo la ilusión de una necesidad:
- No se sostendrá en la medida que siga siendo la necesidad la que la sustente.
- Que para dejar la necesidad es necesario darle paso al deseo.
- Que para darle paso al deseo es necesario reconocer al otro tal como es y, no ya, como un mero fantasma de nuestros caprichos y fantasías.
Porque solo el que se anima a reconocer que "no necesita" es el que se anima a reconocer que "sí desea". Y sobre este punto no hay que caer en trampas, porque si la relación romántica no logra pasar de la dimensión de la necesidad a la dimensión del deseo entonces, pues bien… morirá.
El romance es deseo e intimidad.
La intimidad no puede forzarse. No hay manera, ninguna, de que una persona haga algo para lograr conseguir siquiera un poco de intimidad. No importa cuántas flores se compren, cuantas velas se prendan, cuanta privacidad se tenga. La intimidad es una experiencia subjetiva que no queda delimitada por los accidentes contextuales. La intimidad, por el contrario, es un acto de entrega. Pero -mucha atención acá-, no un "acto" entendido como una escena de teatro, sino como un "abrir el corazón" de forma tal que, una vez efectivizado el acto, ya no hay forma de volverse atrás. Y solo el deseo tiene el poder de hacer que la persona se transforme en sujeto capaz de intimidad, ya que la entrega que dicha intimidad conlleva solo puede efectivizarse si es profundamente deseada. Y luego no habrá vuelta atrás, siendo que el verdadero romance transforma a la persona desde lo más profundo de su ser. |
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